Todo el universo esta hecho de energía, y ésta energía es la que crea las formas de lo que llamamos nuestra realidad; fundiéndose de mil maneras en una flor, una marea, un gato o nosotros mismos.
Como la vida misma con su dinamismo siempre está en acción, la energía esta siempre en movimiento, desarrollándose, transformándose, cambiando; siendo maleable a la conciencia humana a través de la acción de la intención. Los sentimientos, pensamientos y emociones que irradiamos al exterior, hacen que nuestra energía tiña las situaciones por las que vivimos y afecte positiva o negativamente a otros sistemas de energías, es decir, a otras personas.
El ejemplo más cotidiano y simple lo encontramos en nuestro despertar; el día que amanecemos por algún motivo o sin él, malhumorados, desganados, como sin fuerzas y nada nos satisface demasiado. Ese día todo lo que pasa a nuestro alrededor se ve afectado, se nos caen las cosas de las manos, los artefactos electrodomésticos dejan de funcionar, las plantas no tienen el mismo brillo y color; y si encima, como generalmente sucede, debemos salir a la vida, entonces podemos esperar tres veces más que lo habitual el autobús, encontrarlo repleto, viajar con tremenda incomodidad; y si levantamos un poco el nivel energético, quizás podamos evitar el tropezar en la vereda y lleguemos a tiempo al banco, antes que se les caiga el sistema.
La bronca, el miedo, la impotencia, la ansiedad, la desconfianza, el escepticismo y el ponerse en víctima, son actitudes que bajan considerablemente el nivel energético y nos dejan expuestos a absorber todas aquellas negatividades que andan acechando en nuestra cercanía.
Cuando en cambio, nos despertamos con una sonrisa enorme, colmados de vitalidad, de deseos de disfrutar del sol; todo nos sale a pedir de boca. Cosechamos aquello que imaginamos, los pensamientos que generamos en nuestro interior ejercen una influencia poderosísima en nuestra vida. Es importantísimo reconocer el tipo de imágenes mentales que elaboramos desde nuestro modelo interior; porque nuestra calidad de vida esta estrictamente determinada por la calidad de nuestros pensamientos.
La vida es energía y nosotros los humanos, competimos con otros todo el tiempo por esa energía que se trasluce en bienestar, éxito, amor, salud, felicidad, etc. Buscamos inconcientemente manejar, controlar las situaciones y las personas, porque esa es la forma en que creemos que nos sentimos más seguros; en realidad esa es la manera que aprendimos desde niños cuando dependíamos de nuestros adultos para sobrevivir, de allí que cada uno de nosotros desplegamos la especialidad que mejor resultado nos ha brindado, la que nos ha aportado el amor suficiente y el reconocimiento con el que hemos ido formando nuestra identidad.
Este intercambio de energía se produce tan constante e ininterrumpidamente que no somos concientes de él hasta que nuestra energía aumenta o desciende.
Otro ejemplo sencillo ocurre cuando nos encontramos con determinadas personas que nos dejan agotados como sin energías, a las que en broma, además, les decimos: -no me despojes de mi energía, déjame algo para llevar a casa… Y exactamente en oposición a esto, hay quienes nos dejan con bríos nuevos, relucientes, como que nos han dado una inyección de vida. Entre estos dos extremos hay una gama infinita de intercambios que más o menos influyen positiva o negativamente en nosotros, de igual manera que nuestra energía seguramente impacta en ellos.
Tan simplemente como fuimos adquiriendo el aprendizaje del lenguaje y el hábito del intercambio, así nos fuimos acostumbrando a dar o recibir energía sin tener que pensar demasiado al respecto; quedándonos atascados con fórmulas que si bien resultaron buenas en nuestra infancia, con nuestra familia; ya no lo son para proyectar nuestra vida.
A medida que vamos teniendo conciencia de nuestra tendencia de debilitar a los demás, de controlarlos o simplemente de complacerlos para ganar su aprobación; es que comenzamos a eliminar de a poco estos hábitos, recuperando nuestra energía y buscándola en la fuente procedente, es decir, en el universo y no en otras personas.
Para que podamos contar con un caudal de energía que nos permita vivir y proyectar dignamente nuestros días es necesario que podamos desengancharnos del impulso de controlar todo; y para contrarrestar esto, debemos concentrarnos en nuestros sentimientos, en nuestro interior; moviéndonos como adultos, aceptando disentir, sin la exigencia de siempre tener que ganar y sin pretender que todo el mundo nos acepte y le agrademos.
Hay una fuente inagotable de energía que es el universo, siempre está dispuesto a obsequiártela, ya no es necesario que compitas con quienes comparten contigo; como tampoco es necesario que pretendas analizar y cambiar a la gente.
Lo verdaderamente importante siempre está en el corazón, conéctate con él y permítete ser el único protagonista que dirija el guión de tu vida. Victor Frank lo dice maravillosamente: “La última de las libertades humanas es poder elegir la actitud de uno en cualquier ocasión, es poder elegir la manera de ser de cada uno”.
Si aún sientes que no puedes aquietar a tu mente, si te descubres haciéndote cargo de la felicidad de muchos a excepción de la tuya, si no puedes estabilizar tus emociones y tu energía; no dudes en llamarme, aquí estoy para ayudarte en lo que necesites.
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