Cuando alguien nos hace daño a nosotros o a un ser querido, sentimos rabia, y es posible que intentemos buscar venganza. Pero, ¿es la venganza la solución?, ¿nos sentimos mejor después de responder con venganza?
La venganza parece ser uno de nuestros instintos más profundos. Y como los instintos casi siempre tienen un propósito evolutivo, existe la teoría de que la venganza tiene una función protectora dentro del contexto social. Por ejemplo, imagina que tienes un vecino que suele hacer fiestas con la música a todo volumen hasta altas horas de la noche.
Si crees que se trata de una persona racional que no tomará represalias, es probable que le pidas educadamente que baje el volumen de la música. Sin embargo, si crees que se trata de alguien irracional y peligroso, es más probable que tomes un camino diferente y te vengues de él, pero ocultándote.
De esta forma, la venganza te ayudaría a evitar un enfrentamiento directo en el que puedes terminar mal parado. Por consiguiente, sería una especie de mecanismo de defensa con el que puedes asegurarte de que no se vulnerarán nuevamente tus derechos y, a la misma vez, que no sufrirás más daños.
Sin embargo, en la mayoría de los casos la venganza no reporta ningún beneficio, solo sirve para causarle dolor a los demás. De hecho, no podemos olvidar que la venganza no es sinónimo de justicia, la venganza siempre esconde sentimientos negativos como el rencor y el odio. Su principal objetivo no es resarcir el daño sino hacerle daño al otro. La persona vengativa quiere que corra la sangre porque cree que así se sentirá mejor, cree que el dolor del otro aliviará su propio dolor.
Algunos investigadores de las universidades de Virginia y de Harvard, quisieron saber si la venganza era la solución. Para investigarlo, decidieron reclutar a un grupo de personas para que participaran en un curioso experimento. Estas se involucraron en un juego de inversión en el cual, si todos cooperaban, todos ganarían la misma cantidad de dinero. Sin embargo, si alguien se negaba a invertir su dinero, esa persona tendría derecho igualmente a llevarse una parte de las ganancias. El truco radicaba en que los investigadores habían preparado a una persona para que se negase a invertir, como resultado, esta persona se llevaba el doble de dinero que los demás.
¿Cómo se sentirían los demás? Si les daban la oportunidad de vengarse de esa persona, ¿lo harían?
Los investigadores siguieron con la segunda parte del experimento. Les dijeron a algunos de los participantes que podían involucrarse en otro juego, en el cual podían invertir una parte de sus ganancias para castigar a quien se había negado a invertir. No obstante, antes de hacerlo, los investigadores les pidieron que estimaran cuán bien les haría sentir la venganza. Todos afirmaron que se sentirían mucho mejor.
Sin embargo, una vez consumada la venganza, se apreció que quienes no habían tenido la oportunidad de vengarse se mostraban más felices y satisfechos. Al contrario, quienes se habían vengado no se sentían tan bien como esperaban sino que experimentaban más ira. ¿Por qué?
Los psicólogos están convencidos de que las personas que no buscan venganza, intentan comprender el comportamiento del otro, minimizan las consecuencias de sus actos y, en última instancia, se centran en el perdón. Sin embargo, quienes buscan venganza se concentran en la ira, lo cual hace que ese sentimiento crezca aún más, sumiéndolas en un círculo vicioso marcado por las emociones negativas.
Por consiguiente, la venganza no solo le hace daño a la otra persona sino también a nosotros mismos. Alimentar la sed de venganza equivale a alimentar sentimientos negativos que pueden terminar causándonos más daño que la propia afrenta.
Por tanto, de una forma u otra, la venganza siempre es una apuesta perdedora.
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