ASPECTOS OCULTOS, TRADICIONES POPULARES Y LEYENDAS
Cuentan las mágicas leyendas orientales de la magia de los anillos –cuentan y no acaban– sobre los fabulosos poderes sobrenaturales de míticos anillos que daban al hombre la felicidad y la sabiduría, y dicen que de este modo lo transmutaban de ser imperfecto en Mago y Soberano, En Señor de los espíritus y de los genios.
En ‘‘Las Mil y una Noches’’ se habla de un anillo maravilloso de mágicas propiedades, que poseía Aladino, y también se da por cierto que Salomón poseía uno, extraordinario, con el que podía dominar a los demonios de todas las cortes infernales y hacerse obedecer a cada llamada. Cada llamada de Salomón era una orden.
Gracias a este anillo, el sabio monarca, prototipo del Rey-Mago, habría hecho construir su espléndido templo y obrado prodigios extraordinarios, acumulando riquezas increíbles… Aseguran algunos autores que este precioso anillo fue encerrado en la tumba del soberano en el momento de su sepelio y que la persona que consiguiera encontrarlo ‘‘se convertiría inmediatamente en el dueño del mundo entero’’.
Todas las tradiciones, en todas las épocas, constantemente han querido asociar los anillos con innumerables propiedades talismánicas y poderes mágicos, ya por virtud propia particular o conferida por medio de prácticas secretas, aptas para cargar y personalizar el precioso ornamento, vitalizándolo para intenciones específicas como el poder, la sabiduría, la gloria, la riqueza y el amor.
Desde el inicio de la civilización el anillo ha acompañado fiel y misteriosamente al hombre en las cotidianas dificultades de la vida, desde los trajes de símbolo esotérico, o como señal y distintivo de poder, hasta su modesto papel de simple ornamento.
La Biblia, el Corán y los textos mágico-religiosos egipcios, asirios, caldeos y las mismas civilizaciones etrusca, griega y romana, abundan en la descripción de anillos rituales, cargados de influencias ocultas propias de la clase sacerdotal, de los monarcas, de los altos dignatarios, o atribuidas a personajes mitológicos.
Herodoto, el padre de la Historia, escribe que la costumbre de llevar anillos en los dedos, se inicia en Babilonia, de donde pasó a Grecia y después a toda Europa. En Roma cada persona libre llevaba un anillo de hierro y los funcionarios del Estado lucían anillos con marcas o contraseñas correspondientes a su grado o alcurnia; a su vez, los nobles anglosajones tenían que distinguir su rango con particulares anillos de oro, suspendidos a modo de collaretes en torno a su cuello.
En el Antiguo Testamento se dice que José recibió como regalo del Faraón un anillo para conferirle prerrogativas reales, mientras antiguas leyendas cristianas narran las podersas virtudes del anillo nupcial de la Virgen María, conservado en Perugia.
LOS ANILLOS MÁGICOS
Entre los anillos mágicos más célebres se recuerda el que Eduardo el Confesor trajo a su regreso de Jerusalén, posteriormente conservado en la Abadía de Westminster, que parece tenía la propiedad de curar con su simple contacto la epilepsia y las convulsiones. Los Hoenzollern poseían un anillo ‘‘porta-fortuna’’, adquirido por el príncipe elector Johannes Ciceron en misteriosas circunstancias, que fue traspasado de generación en generación para asegurar prosperidad y poder a la casa de Brandeburgo. Hasta la mismísima Juana de Arco no escapó a la acusación de poseer anillos mágicos, con los que aseguraba su victoria en las batallas.
De fama ciertamente no inferior al de Salomón es el legendario anillo gracias al cual Gige se convirtió en rey de Lidia; cuenta Herodoto que este anillo se volvía invisible si tenía la piedra vuelta hacia la palma de la mano, y que con este sistema, después de haberse granjeado los favores de la bella esposa del legítimo soberano Candaule, Gige mató al rey y se adueñó del poder.
Cuando se busca el origen del poder mágico, o cuando menos, uno de los elementos que han contribuido a crear la aureola de fascinación y de misterio que a través de los siglos ha rodeado al anillo, se hace evidente en el acto la importancia fundamental de la forma circular, símbolo universal de armonía y de potencia, imagen del movimiento continuo y de la inmortalidad, es decir, lo que en alquimia es representado por la serpiente Ouroboros que se muerde la cola.
Esa forma, por sí misma asume un carácter protector y, análogamente al círculo mágico, se revela como un catalizador de energía defensiva y hasta benéfica, formando una barrera frente a las influencias negativas contrarias. Estas notables prerrogativas, además eran potenciadas en el caso específico de los anillos mágicos por medio de consagraciones solemnes y ceremonias esotéricas, aptas para exaltar sus virtudes magnéticas naturales.
Por ejemplo, en las consagraciones oficiales de los anillos curativos, por parte de los reales británicos, seguía una compleja ceremonia litúrgica, densa en invocaciones y plegarias, que solamente podía ser oficiada el día de Viernes Santo, con cuya ceremonia se confería a los anillos el poder de curar los calambres y dolores reumáticos.
EL PODER TERAPÉUTICO DE LOS ANILLOS
En el ideal Museo de las Artes Mágicas, un lugar significativo sería dedicado, seguramente, a los anillos terapéuticos, joyas podersas dotadas de particulares propiedades curativas para cada enfermedad. Ya entre los antiguos griegos gozaban de gran fama los anillos cuyas piedras contenían incisas las efigies de las divinidades encargadas de la defensa contra espíritus malignos y la protección de la salud.
En el ‘‘Chiosator’’ de Aristófanes, el personaje Plutón alude a los anillos mágico-curativos vendidos en Atenas, y en Roma se llevaban anillos consagrados a la diosa Salus con el mismo fin. Marcelo, médico romano del siglo II antes de Cristo, recetaba a quienes padecían dolores en el costado un anillo de oro puro, en el que se hubieran grabado caracteres ocultos; anillo que tenía que llevarse cada jueves de luna en cuarto menguante.
Alejandro de Tralles, famoso médico del siglo XVI, secuaz de Paracelso, recomendaba un anillo de cobre con la figura de un león, una media luna y una estrella, que tenía que llevarse en el dedo anular de la mano derecha para curar los cálculos, y otro anillo con la imagen de Hércules descuartizando un león, para curar el cólico.
Ampliamente lucidos durante la Edad Media fueron los anillos bizantinos, con aplicaciones contra el mal de ojo y el contagio de enfermedades, así como los célebres ‘‘anillos serpentinos’’ enrollados, que se creía tenían el poder de proporcionar larga y feliz vida.
PODERES E INFLUENCIAS OCULTAS
Según la tradición esotérica, por la ley de la analogía que regula todo el Universo, a cada planeta le corresponde un día a la semana, un color, una piedra preciosa, un metal, etc., como referido a un espejo. Veámoslo:
Domingo: diamante sobre anillo de oro-Sol-amarillo.
Lunes: cristal, perla u ópalo sobre anillo de plata-Luna-blanco.
Martes: rubí o amatista sobre anillo de hierro-Marte-rojo.
Miércoles: diaspro rosa sobre anillo de plata y oro-Mercurio-gris perla.
Jueves: zafiro o rubí sobre anillo de estaño-Júpiter-azul.
Viernes: esmeralda o coral rojo sobre anillo de cobre-Venus-verde.
Sábado: turquesa u ónix negro sobre anillo de plomo-Saturno-negro.
Por tanto, parce posible equilibrar una eventual descompensación astral, aplicando las virtudes planetarias complementarias; por ejemplo, un individuo cuyo tema de nacimiento –el llamado horóscopo– presente un planeta gravemente ofensivo o de aspecto negativo, estaría en situación de poder neutralizar o, por lo menos paliar las influencias maléficas, mediante el uso adecuado de un anillo con la piedra y metal correspondientes.
No hace mucho tiempo, tuvo un discreto éxito un brazalete de moda, de cobre, metal sagrado de Venus y, por ello mismo del amor, cuyas enfermedades se dijo que curaba, o sea, que se llegó a asegurar que el mencionado brazalete tenía poderes benéficos. Experimentalmente se había demostrado que un notable porcentaje de cuantos lo probaron obtuvo resultados positivos. Y aun teniendo en cuenta la indudable componente psicológica, no se podía excluir la influencia compensadora de los atributos venusianos, provocada por el continuo contacto del metal sobre la piel.
Es también indicativo el hecho de que la fascinación del oro se ejerce principalmente sobre las personas ancianas: no es difícil ver a señoras de cierta edad que lucen, con evidente satisfacción, anillos, pulseras, brazaletes, y collaretes en profusión. La particular preferencia para las joyas de este metal supera con mucho la simple y superficial vanidad, y en parte, se podría explicar por el excepcional efecto vitalizador del oro, que actúa benéficamente sobre el organismo, máxime si va unido a un diamante o rubí.
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