Cinco hábitos que convierten tu casa en un lugar tóxico
Un hogar equilibrado es fuente de bienestar, un sitio al que siempre nos apetece regresar porque encontramos la fuente de paz y apoyo que necesitamos. Un hogar tóxico genera malestar y nos convierte en personas más vulnerables a enfermar, tanto a nivel físico como psicológico, es un sitio donde nos sentimos mal y del que solo nos apetece huir.
El concepto de “entornos mentales tóxicos” fue propuesto por Kalle Lasn. Hace 30 años, se produjo un fuerte movimiento “verde” motivado por la creciente preocupación de las personas por el hecho de que la toxicidad del medioambiente pudiera enfermarlas.
Un grupo de psicólogos trasladó este concepto a nuestra salud mental, analizando cómo ha cambiado nuestro estilo de vida en los últimos años y el incremento de los trastornos mentales. De hecho, en los países occidentales más desarrollados, problemas como la esquizofrenia han aumentado en un 45% desde 1985, según datos de la OMS. En el Reino Unido, la depresión en la adolescencia ha aumentado de un 6% a un 18% desde 1987. Hoy, si le preguntamos a cualquier persona que encontramos por la calle, es probable que refiera sentirse ansiosa, estresada o abrumada.
Algunos psicólogos indican que estos problemas mentales tienen su causa en un cambio profundo a nivel cultural que se refleja en un estilo de vida marcado por el consumismo, la falta de Inteligencia Emocional, un cambio en la escala de valores y una creciente dificultad para mantener relaciones interpersonales asertivas. Los hogares suele ser el entorno donde todo comienza, o donde se perpetúan esos comportamientos tóxicos.
La convivencia no está exenta de conflictos. Sin embargo, no deberíamos permitir que ciertos comportamientos terminen haciendo que nuestro hogar se convierta en un entorno mentalmente tóxico. Nos jugamos la vida. Así lo confirma un estudio realizado en el University College London en el que le dieron seguimiento durante 12 años a más de 10.000 personas. Estos psicólogos descubrieron que quienes mantenían relaciones negativas tenían un mayor riesgo de sufrir ataques cardíacos con consecuencias mortales.
Las actitudes y hábitos que debemos desterrar de los hogares
1. Los gritos
Los gritos comienzan siendo excepcionales pero pueden convertirse en la norma. Sucede sin que nos demos cuenta. Un día gritas porque crees que no te entienden, al día siguiente porque piensas que no te escuchan y al otro porque quieres tener la razón a toda costa. Así se convierten en pan cotidiano. Sin embargo, los gritos esconden el germen de la violencia. Implican el deseo de imponer el poder y avasallar al otro. Sus consecuencias para los niños son aún peores. Un estudio realizado en la Escuela de Medicina de Harvard reveló que los gritos pueden alterar de forma significativa y permanente la estructura del cerebro infantil afectando la integración entre las dos mitades del cerebro, lo que puede provocar problemas de personalidad y afectar su equilibrio emocional.
¿Cómo solucionarlo? En la casa debe haber una norma muy sencilla: no gritar. Cada miembro debe recordar que gritar no le dará más razón. Es importante cultivar la empatía y la asertividad. Los gritos siempre son una muestra de la incapacidad para gestionar la situación.
2. La hostilidad
Si entras en casa y de repente sientes como si un peso cayera sobre tus hombros, es probable que se deba a que se respira un ambiente de hostilidad. Hay hogares en los que no hay entusiasmo, donde las personas casi nunca se dedican una sonrisa sino que, al contrario, muestran actitudes hostiles y actúan como si los demás fueran sus adversarios. En estos hogares prima la ley del más fuerte, por lo que es muy difícil encontrar reposo y tranquilidad.
¿Cómo solucionarlo? Cuando el hogar se convierte en un campo de batalla, no hay ganadores, todos pierden porque se rompe el equilibrio. Por eso, es importante centrarse en solucionar los problemas, más que en buscar culpables.
3. El drama
En la vida atravesamos momentos dramáticos. Sin embargo, cuando el hogar se convierte en un drama cotidiano, la desesperanza, la frustración y la depresión no tardan en sentar casa. Ese dramatismo suele provenir de personas que siempre encuentran un problema para cada solución, que se centran solo en los aspectos negativos de la vida y que han hecho de las quejas su modo de vida. Esas personas terminan “contagiando” el hogar, haciendo que flote sobre el ambiente una bruma de pesimismo.
¿Cómo solucionarlo? Adoptando una actitud más positiva, que también terminará siendo contagiosa y puede contrarrestar las actitudes negativas de los demás. Es importante hacerle ver a esa persona, sin atacarla ni criticarla, cómo sus actitudes dañan a todos y crean un clima emocional muy negativo.
4. El caos
El espacio donde pasas varias horas al día termina influyendo en tu estado de ánimo. Por eso, un espacio desorganizado y caótico puede terminar provocando ese mismo caos mental, es un espacio donde no apetece estar y que genera estrés. Se ha apreciado que cuando estamos inmersos en entornos desorganizados y caóticos, nuestro cerebro tiene más dificultades para procesar la información, lo que produce una sensación de sobrecarga, afecta nuestra productividad y aumenta la ansiedad y el estrés. No obstante, esa confusión no se refiere únicamente al espacio físico sino también a la falta de reglas que garanticen una convivencia fluida entre los miembros del hogar.
¿Cómo solucionarlo? Es importante que en todo hogar reine el orden y que existan unas normas de convivencia, aunque sean implícitas, de manera que cada quien conozca los límites que no debe traspasar.
5. La desvalorización
Si en el seno del hogar no se valora, aprecia y respeta a sus miembros, es difícil que estos logren desarrollar una buena autoestima y tengan la seguridad necesaria para afrontar la vida. Existen muchas formas de desvalorización, desde no reconocer los esfuerzos de la persona hasta minimizar continuamente sus logros o incluso pasarlos por alto. En algunos hogares se crean dinámicas muy nocivas en las que se etiqueta a uno de los miembros como la “oveja negra” de la familia disfuncional o el chivo expiatorio. Obviamente, esas dinámicas no solo son negativas para quien carga con las culpas sino también para el resto de los miembros ya que les impide asumir sus responsabilidades y madurar como personas.
¿Cómo solucionarlo? Cada persona es única, y la debemos valorar por ello. No debemos pedirle peras al olmo sino aprender a centrarnos en sus puntos fuertes y en lo que las hace especiales. Cada quien brilla con luz propia, debemos cerciorarnos de alimentar esa luz, no de apagarla.
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